Diario CLARIN
arquitectura del 4 de diciembre de 2018
El Libro Impreso es vital para la
cultura arquitectónica
Por Luis Grossman. Arquitecto
Librerías como CONCENTRA y CP67,
fundada por visionarios, nos permiten armar nuestras bibliotecas. Así podemos
disfrutar del placer de la lectura, a la vez que nos enriquecemos como
profesionales.
No hace mucho leí, como
noticia en la sección cultural de un diario, que el escritor italiano Alessandro Baricco, mediante su
programa “Pickwick”, invitó a sus connacionales
“a redescubrir el placer de la lectura”. Pareciera que la misma invocación
es necesaria en casi todo el mundo a partir de la aparición de los medios
electrónicos y su veloz divulgación.
En rigor, el debate no es
en favor de la lectura como una tarea, ya que el que está sentado frente a la
pantalla de un monitor también está leyendo, aun cuando esa actividad no
implica que perciba un placer al realizarla. La controversia se plantea entre
los que usan la pantalla como único medio para enterarse de teorías y episodios
o propuestas de carácter intelectual, y los que todavía confiamos en los textos
impresos en papel, a los que accedemos en unos volúmenes llamados libros. Umberto Eco mantuvo un brillante
diálogo con Jean-Claude Carrière que
se publicó con un título que parece una consigna “Nadie acabará con los libros”. Yo adhiero a esa proclama.
Cuando se arma una discusión
en torno del abandono de los libros y la victoria del Internet y las pantallas
luminosas, como pertenezco a una generación que se identifica como los que
somos recibidos con la frase “Que bien se
te ve”, estoy en condiciones de invocar dos leyes aplicadas con frecuencia
en la Historia del Arte, una es la Ley del cansancio de la Forma, la otra,
utilizada con más frecuencia, es la Ley del Péndulo.
Es razonable esperar que,
en un plazo razonable, el que hable con su celular en la calle sea visto como
un despistado. Porque solo se justificara esa conducta frente a una seria
emergencia. Y citar a Internet o Wikipedia como origen de un trabajo, será vulgar
y pedestre. Entre los arquitectos, el acto de leer ponía al estudioso frente a
un texto ilustrado y lo hacía girar las páginas en busca de la figura que le
resultara atractiva, más allá del contenido del escrito. Así, los textos se
redujeron al máximo y las ilustraciones crecieron en tamaño y calidad. También
influyeron los avances tecnológicos en la impresión moderna, la calidad del
papel utilizado y el diseño gráfico de las publicaciones, sean éstas revistas o
libros. Todo esto cambió con la irrupción de la informática y sus derivados.
Sin embargo, como
integrante del grupo de los arquitectos de edad, me propuse aquí formular un
homenaje a los que nos permitieron armar las bibliotecas que nos enriquecieron
a la vez que disfrutábamos del “placer de la lectura”. Creo que es un tema de
estricta justicia, y trataré de ayudar a los más jóvenes a entender el origen
de las bibliotecas y hemerotecas que permiten alimentar los contenidos de
Internet y sus anexos.
Primero fue Concentra, La
esquina del Arquitecto, que en Julio de 1946 (no existía la Facultad de Arquitectura)
abrió sus puertas en la entrada Viamonte de las Galerías Pacífico en su versión
original. Don Herman Reich, un
alemán de Leipzig con vocación libresca, contó con la ayuda del arquitecto José Aslan para instalarse en ese local
que se convirtió en un centro de encuentro para arquitectos y estudiantes.
Según lo afirman los que saben, era la primera librería en su tipo en América
Latina.
Para valorar la visión de
Reich es preciso recordar que la
única Facultad de Arquitectura de Buenos Aires (fundada en 1949) tenía no más
de 200 alumnos, lo que no aseguraba grandes ventas. Pero con el paso del tiempo
(don Herman falleció en 1951) su
idea germinó con éxito y, gracias a su esposa Lilly y su hija Raquel,
sigue hasta hoy en el liderazgo bibliográfico.
En la década del 60 se
advertía el aumento de la matrícula de arquitectos y estudiantes de la FAU, y
aparece entonces el vendedor que visita estudios para dar a conocer las
novedades en libros y revistas nacionales y extranjeras. Evoco a Eduardo Miranda y a Raúl MacGawl, dos figuras inolvidables
con sapiencia y generosidad, que dejaban el material “a pagar cuando sea posible”, lo que permitió la formación de
nuestras bibliotecas. Aquellos “visitadores”
facilitaron que se poblaran nuestros anaqueles trayendo las novedades a
domicilio.
Durante los últimos 30 o
40 años creció de tal modo el volumen de material editado que ya no basta la
librería de los visitadores.
Esto lo advirtieron dos estudiantes
de la FAU (que después fue FADU), los hermanos Hugo y Guillermo Kliczkowski, que en 1967 empezaron a imprimir
material didáctico. Así apareció CP67 (Curso
Preparatorio de 1967) con un lugar de venta en la escalera interior de la
facultad y más tarde un local en la calle Florida (foto) e incluso la edición
de libros y revistas.
A muchos colegas y alumnos de hoy, esta secuencia
les parecerá nostálgica y tienen razón. Porque gracias a los Reich, Miranda, MacGawl y los Kliczkowski
tuvimos acceso a la fascinación del papel impreso a todo color o de libros de
solo texto. Y nos cultivamos, por encima de las fronteras de la profesión. Para
ellos va mi gratitud. Y en unja vuelta simétrica al comienzo, repito la imagen
que pronostico actualizada, la de grupo de jóvenes y maestros en rondas de
lectura para recuperar una cultura que hoy se ve muy escasa. Eso que llamamos
cultura arquitectónica.
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